Tres son de La Parra, tres de La Higuera y la capitanita de San Esteban
Se reunían las noches de luna llena junto al camino viejo de Poyales del Hoyo, mientras los aquelarres se llevaban a cabo en alguna cueva de la tablá apareciéndose en forma de remolinos, animales o bellas mozas.
Un buen arriero arénense, que tenía una gran chepa, salió una noche a llevar ciertas medicinas a unos pastores que estaban en los altos de arnielas. Al llegar a la Cruz del Valle, le salieron al paso revoloteando a su alrededor, pero no se asusto y se encomendó a la Virgen del Pilar de Arenas, la capitana le preguntó por el motivo del viaje y las contó la enfermedad del pastor, sacando las viandas que llevaba y comieron y bebieron los ocho. Tras esto la capitana le espetó sobre el bulto que llevaba en la espalda, indicando que esa chepa incómoda era un castigo que dios le dio. La bruja le agarro de la joroba y dando un tirón se la arrancó, despareciendo en siete remolinos de viento.
Cuando regresó a Arenas de San Pedro todos quedaron maravillados, y más al enterarse de la forma en que ocurrió. Un ricachón, que era tuerto y poco querido, pues solía maltratar a la familia, pensó que tras esto bien podían curarle a él de su desgracia, así que cogió el mismo camino y al llegar a la cruz del valle, sacó jamon, lomo, vino y se dispuso a comer su almuerzo, de pronto allí salieron las siete brujas y al preguntar la capitana dónde iba, este mal contestó, guardándose las viandas y pidiendo de malas maneras que le quitaran la desgracia de ser tuerto y que lo hicieran pronto amagándolas con la tralla que llevaba. Sin mediar palabra la capitana le puso la joroba que había quitado al arriero dejándole además de tuerto cheposo toda su vida.
(c) Daniel F. Peces Ayuso

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